No es de extrañar que durante mucho tiempo desde la periferia y las provincias se mirase con recelo (cuando no, abiertamente con hostilidad) a la que fue capital del Imperio: el centralismo chauvinista, el recibir tanta cosa chunga que de allí venía, las imposiciones socio-político-cultural-económicas... aunque no hay que olvidar la óptica de los sufridos que viven en el propio meollo:
¿Dónde está aquel Madrid, / que de niño conocí? / ¿Quién te convirtió, en el punto de mira / del terror?
Con desdén porque sí / todos hablan mal de ti / los que aquí medrarán / los que nunca se van / y los que quieren venir.
Con mala fe suelen decir / gobierno de y no en Madrid / más que un honor es un dolor / soportar ser la capital.
Núcleo central del huracán / pobre Madrid rompeolas del país. / Mar de alquitrán, feudo estatal / pobre Madrid, gran excusa nacional.
Para así contentar / al sufrido personal / se le inventan verbenas / y movidas horteras / y adiós problemas.
Niégate a ser una excepción / pide tu independencia Madrid / que en medio de la confusión / a lo mejor cuela y te la dan.
Núcleo central del huracán...
Me quedaré no pediré / ser enterrado lejos de aquí / sólo quisiera que aquel Madrid / que se perdió volviera, volviera / ese Madrid volviera.
(Barón Rojo, 1987)
El caso es que con este pluriestado automático-autonómico esto del poder mandrileño queda algo mermado*. Pero lo más bonito de la C.A. de Mandril es, sin duda alguna ninguna, su himno: compuesto por Agustín García Calvo y oficializado en 1983. En su momento se armó un buen revuelo por su contenido, precisamente por tener una letra única en este tipo de cánticos idioticopatrióticos. Qué casualidad que no se utiliza (para nada) en ningún acto oficial de esta Comunidad:
Yo estaba en el medio: giraban las otras en corro, y yo era el centro. Ya el corro se rompe, ya se hacen Estado los pueblos, Y aquí de vacío girando sola me quedo. Cada cual quiere ser cada una.
No voy a ser menos: ¡Madrid, uno, libre, redondo, autónomo, entero! Mire el sujeto las vueltas que da el mundo para estarse quieto.
Yo tengo mi cuerpo: un triángulo roto en el mapa por ley o decreto entre Ávila y Guadalajara, Segovia y Toledo: provincia de toda provincia, flor del desierto. Somosierra me guarda del Norte y Guadarrama con Gredos; Jarama y Henares al Tajo se llevan el resto. Y a costa de esto, yo soy el Ente Autónomo último, el puro y sincero. ¡Viva mi dueño, que, sólo por ser algo, ¡soy madrileño!
Y en medio del medio, Capital de la esencia y potencia, garajes, museos, estadios, semáforos, bancos, y vivan los muertos: ¡Madrid, Metrópoli, ideal del Dios del Progreso! Lo que pasa por ahí, todo pasa en mí, y por eso funcionarios en mí y proletarios y números, almas y masas caen por su peso; y yo soy todos y nadie, político ensueño. Y ése es mi anhelo, que por algo se dice: De Madrid, al cielo.
Veamos una interpretación a cargo del autor, en compañía de Isabel Escudero y Garín, en el Ateneo de Madrid (en el que, aunque no venga a cuento, me asombra distinguir tanta cantidad de simbología masónica) en 2008:
* No así en algunas instancias donde quedan importantes reminiscencias de ello: véase los mass media que emiten desde la capital y el cansineo con ese "real" equipo-empresa de patea-pelotas merengues.