A pesar de que cualquier pardillo puede (debe) estar sobradamente avisado con todo tipo de argumentos: objetivos y subjetivos, racionales o locos, prácticas o del corazón... va y cae, imbuído por el sentido del deber ciudadano y aún tapádose la nariz, en la tentación de meter un sobrecito en una urna. Poco después, indefectiblemente, aparece en su conciencia una sensación confusa. La impresión de haber hecho el idiota y, a continuación, caer en la silenciosa desolación y arrepentimiento. Esto sucede no sólo con quien optase por alguna de las varias opciones perdedoras, sino incluso con la minoría (por aquello de que suelen estar en una horquilla del 15-25% de la población) que haya "contribuido" a la victoria de la pandilla ganadora. Hasta puede sucederle algo peor, ya que esta acción perjudica gravemente la salud.
Tal efecto inmediato se denomina la resaca electoral. En cuanto a los títeres sobre los que se fijan los focos, sobredimensionando así sus insignificantes figuras, ¿cómo reaccionan públicamente en la misma noche del recuento (valga la denominación en su doble vertiente semántica: contable y de palabrería)? He aquí un manual básico para construir discursos coherentes para el momento:
Pinchar para ampliar. Imprescindile leer la entradilla naranja. Viñeta aparecida en el nº 116 del "TMEO". El autor: Roger, ya reseñado por aquí en varias ocasiones.